Elevándose majestuosamente en el horizonte de la vibrante ciudad de Caracas, el Cerro El Ávila es más que una simple montaña; es el corazón palpitante de la capital venezolana. Con sus imponentes picos que alcanzan los 2,765 metros de altura, este gigante verde abraza a la ciudad, sirviendo como un refugio natural y un símbolo de orgullo para todos los caraqueños.
El Cerro Ávila, también conocido como Waraira Repano,
proviene de las lenguas de los pueblos originarios que habitaban la zona antes de la llegada de los europeos, específicamente de los caribes o toromaimas, y se traduce como "Sierra Grande" o "Lugar de las Grandes Sierras". Este nombre resuena con la imponencia del cerro, que se extiende como una muralla natural entre el valle de Caracas y el mar Caribe., forma parte de la Cordillera de la Costa en el centro-norte de Venezuela. Se extiende a lo largo de unos 80 km, separando el valle de Caracas del mar Caribe, y alcanza su punto más alto en el Pico Naiguatá, a 2.765 metros sobre el nivel del mar. Desde Caracas, su presencia es inescapable: siempre al norte, como una brújula natural que orienta a los caraqueños en su día a día.
Fue declarado Parque Nacional en 1958, bajo el nombre de Parque Nacional El Ávila, para proteger su riqueza natural y convertirlo en el pulmón verde de la capital. Su vegetación varía desde bosques tropicales en las zonas bajas hasta subpáramos en las alturas, albergando una biodiversidad impresionante: jaguares, venados, osos frontinos, y más de 500 especies de aves, muchas endémicas de Venezuela. Además, sus quebradas, como Chacaíto o Catuche, bajan cristalinas desde las cumbres, recordando que la montaña también es vida.
En 2011, durante el gobierno de Hugo Chávez, se oficializó el cambio de nombre del Parque Nacional El Ávila a Parque Nacional Waraira Repano, como un gesto para honrar la herencia indígena y descolonizar la nomenclatura. Aunque muchos caraqueños siguen llamándolo "El Ávila" por costumbre, Waraira Repano evoca un vínculo más profundo con la historia ancestral de la región. Los indígenas lo consideraban un lugar sagrado, lleno de espíritus y leyendas, y lo recorrían en rutas que conectaban la costa con el interior.
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